El bancario, la crisis financiera y el negocio exterior
Roque San Severino
Ser bancario en un entorno industrial siempre fue un signo de distinción y Balmaseda nunca anduvo falta de esta aristocracia del proletariado industrial de la margen izquierda vizcaína. En un pueblo de azul añil, grasa e hilacha, los empleados de banca siempre fueron una categoría aparte, pues eran los últimos para los blancos de la mañana y los primeros para los tintos de la tarde en la senda de los elefantes de la calle Bajera. Su traje y corbata les diferenciaba, aunque la boina ladeada les integraba; paradojas interclasistas de una vida de pueblo que, en un crisol social, todo lo funde y lo confunde. Sin embargo, lejos de inmune, este colectivo vio mermadas sus filas con las quiebras bancarias de los ochenta y las fusiones de los noventa. La élite se vino a menos y los que fumaban rubio americano tuvieron que volver al áspero Ducados, mientras paseaban su jubilación anticipada por encima del Cascajal, con la mirada pérdida en las pozas del Cadagua. Cosas que tienen las crisis.
La intensidad y violencia, más que virulencia, de la crisis financiera que, a lo largo de los últimos meses, sacude al mundo desarrollado tiene secuestrada la atención de la mayor parte de los analistas. La caída de gigantes, el espontáneo rediseño del entramado financiero internacional, la mutación instantánea de una realidad institucional que considerábamos perennes, vertical e inquebrantable, que diría el bardo.
La espectacularidad misma del derrumbe al que asistimos, aún no nos ha permitido fijar la atención en sus consecuencias. Todos estamos convencidos de que asistimos al final de una era económica y financiera, pero muy pocos se han atrevido a fijar la vista más allá de la polvareda que aún no se ha asentado, para intentar entender el futuro que, ominosamente, nos espera. La indagación y reflexión sobre las causas y alcance de la crisis financiera aún no nos han permitido ponderar sobre sus efectos y consecuencias.
Pero son muy pocos y muy poco relevantes los que todavía piensan que, tras esta crisis, las aguas volverán a su cauce y "back to business as usual”. Por el contrario, en la comunidad económica mundial se asienta la convicción de que el mundo nunca volverá a ser igual, de que el mundo en que hemos vivido a lo largo de los últimos 15 años se ha esfumado, para volver a aparecer, tan sólo, en los libros de historia o en la novela social.
Tampoco el mundo del comercio internacional volverá a ser el mismo, al punto de que la esencia misma de la antigua realidad económica, esto es, la globalización comienza a ser discutida por los hechos. Si la quintaesencia destilada de la globalización es la libertad de circulación de mercancías, lo cierto y verdad es que la umbría del bilateralismo se proyecta sobre el comercio internacional. La ronda Doha, el último gran esfuerzo del multilateralismo, ya no tiene ni estertores, cuando la realidad cotidiana son los acuerdos comerciales regionales o, incluso, bilaterales. Esto no es una vuelta a la política de "beggar thy neighbor” del período de entreguerras, pero el fantasma del proteccionismo comienza a ser un ectoplasma visible. Pocos pueden pensar que, detrás de la reciente alarma por la presencia de melanina en los productos lácteos procedentes de China, sólo hay motivos sanitarios y que tampoco tendrá consecuencias ulteriores. Conforme los efectos de la presente crisis financiera se vayan trasladando al sector real de las economías, se intensificarán las demandas e iniciativas públicas dirigidas a afectar, directa e indirectamente, expresa o tácitamente, declarada o soterradamente las importaciones.
Así, uno de los grandes ganadores de la globalización como es China comienza a ser identificado también como uno de los causantes de la crisis financiera. Su política de un tipo de cambio frente al dólar artificialmente bajo ha contribuido, por un lado, a retrasar el inevitable ajuste de la economía norteamericana y, por otro, a la acumulación de un volumen ingente de reservas que, a su vez, han alimentado el exceso de liquidez que ha estado en el origen de la crisis financiera.
Abundando en una primera visión del mundo posterior a la vigente crisis financiera, junto con la visible ola de proteccionismo, si el mundo pretérito se caracterizaba por el exceso de liquidez, el que nos aguarda vendrá, en gran medida, definido por la ausencia de la misma. En aquel contexto, el acceso al mercado crediticio era, prácticamente, ilimitado, por lo que las necesidades financieras no eran una restricción al comercio internacional. Por el contrario, en nuestro "brave new world”, la capacidad exportadora estará estrechamente ligada a la capacidad de oferta crediticia. En gran medida, un "déja vu” para los que vivieron la crisis financiera de desarrollo de finales de los años 80. Ante esta nueva realidad, es absolutamente imprescindible preguntarse si, en España, se están tomando las medidas necesarias para asegurar la afluencia de recursos hacia la financiación de exportaciones y, en segundo lugar, en el marco de un inevitable y necesario ejercicio de pensamiento lateral, si el andamiaje institucional existente en nuestro país, que tiene una antigüedad, según se considere, de entre 20 y 38 años, es el más adecuado para hacer frente a estas nuevas exigencias.
Desde un punto de vista más coyuntural, no deja de sorprender que aún no se haya producido una respuesta, en el ámbito de las políticas públicas de fomento exportación, a la presente crisis financiera. En concreto, si la presente crisis se caracteriza por una ausencia de liquidez, parecería lógico que se estuviera discutiendo el aumento del margen que se paga a la banca en las operaciones de Convenio de Ajuste Recíproco de Intereses (CARI). Si uno de los rasgos definitorios de la presente crisis es la crisis de confianza y de solvencia, resultaría natural que se debatiera acerca de una mejora de las condiciones de la cobertura de CESCE en las operaciones por cuenta del Estado. Si una de las consecuencias de la presente crisis es la dilución del principio “mark to market”, cabría pensar que alguien considerara posible y procedente una reforma del Consenso de la OCDE, en el ámbito de la valoración de riesgos y de cálculo de primas en operaciones de seguro de crédito a la exportación con apoyo oficial.
Tanto la industria española como los poderes públicos han de reflexionar, incluso, conjuntamente, para intentar atisbar esa nueva realidad que se cierne sobre nosotros y jugar, inteligentemente, nuestras fichas estratégicas, que las tenemos. Contrariamente a lo que mantiene la leyenda urbana, los españoles no improvisamos bien, pues, como sociedad desarrollada, la nuestra es compleja, con intereses en instituciones estructuradas y operativas. Por consiguiente, estos debates y ejercicios de reflexión no pueden demorarse mucho más.
Siempre me acordaré del cajero de Banesto, grueso, rojizo y borrachín, que perdía la cuenta de las pesetas rubias que le entregaba diariamente Celes: la recaudación diaria de su maravilloso carrito de chucherías. “Coño, Celes, que me distraes. Ahora tengo que volver a empezar”. Aquel sí que era un negocio financiero y no el nuestro de cotizaciones, derivados y productos estructurados. Pero la realidad también ha venido a demostrar que aquello tenía sentido y lo nuestro no tanto.